EL EJERCICIO DE LA
ATENCIÓN DIVIDIDA
Por:
jeanne de salzmann
Podría
decirse que la actitud que tomamos, nuestra posición interior y exterior, es a
la vez nuestra meta y nuestro camino.
Estoy
aquí y veo mi actitud física, veo que en esta posición habitual mi atención
es
prisionera de la actitud de mi cuerpo.
No
soy libre.
Trato
de cambiar mi
posición.
Le
pido a mi cuerpo que se libere de sus tensiones, que entre en una actitud
nueva sin tensión alguna.
Mi
espalda muy recta; los brazos, la cabeza, sin la menor tensión.
La
respiración, entonces, tiene más fuerza, está libre.
Pero
es como si la respiración, aunque es esencial, fuera un acto insuficiente; experimento la
necesidad de abrirme más profundamente.
Cuando
vuelvo mi atención desde mi pensamiento para entrar en contacto con mi cuerpo,
mi pensamiento se abre.
No
son ya las mismas células las que vibran, las que están en movimiento mientras están comprometidas en mi
pensamiento habitual.
Es
una parte del pensamiento capaz de una relación con una energía más sutil, más pura.
Es
una energía de un nivel más alto, que Gurdjieff explicaba que está constituida por
el pensamiento real, la oracion de ciertos seres.
Necesito
un vínculo con ese nivel y, para crearlo, necesito como un hilo que alcance tan
alto como mi pensamiento lo permita.
Puedo,
entonces,
como aspirar, o más bien succionar, la energía y dejar que ella pase a traves
de ese hilo.
Como
ejercicio, divido mi atencion en dos partes iguales.
La
primera mitad la dirijo hacia la sensación del proceso de la respiración.
Siento
que cuando inhalo el aire, la mayor parte, después de pasar a través de mis pulmones,
vuelve a salir, mientras que una pequeña parte se queda allí y se asienta en mí.
Siento
que ella penetra en el interior como si se expandiera a través de todo el organismo.
Como
sólo una
parte de mi atención está ocupada en observar la respiración, todas las asociaciones
continúan siendo notadas por la parte libre de mi atención.
Dirijo
entonces la segunda parte de mi atención hacia mi cerebro para tratar de observar
claramente todo el proceso que allí se lleva a cabo; y comienzo a sentir ese desapego de las
asociaciones, algo muy fino, casi imperceptible.
No
se lo que es, pero lo veo aparecer:
liviano, tan delgado que nadie lo siente la primera
vez, sino sólo cuando la práctica me
ha dado la sensación de ello.
Al
mismo tiempo, la mitad de mi atención permanece ocupada en la
respiración y siento los dos a la vez.
Dirijo
mi atención para ayudar a ese algo fino en mi cerebro a escurrirse, o más bien
volar directamente, hacia el plexo solar.
Lo
que pasa
en el cerebro no es importante.
Lo
que es importante es que eso que aparece en él debe fluir directamente hacia el plexo.
Conscientemente, me concentro
allí abajo y al mismo tiempo siento que respiro.
Ya
no tengo asociaciones.
Y
siento, más plenamente, que «Yo soy», «Yo puedo» y «Yo puedo querer».
Del
aire y del cerebro recibo el alimento para los diferentes cuerpos y veo con seguridad las dos fuentes
reales de donde puede nacer el «Yo».
La
práctica de este ejercicio puede aportar la posibilidad de un pensamiento activo, y con
un pensamiento activo, el «Yo» puede llegar a ser más fuerte.
jeanne
de salzmann
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